lunes, 24 de septiembre de 2012

VUELO MAGICODESDE Y HACIA LAS ESTRELLAS


Me contó que estaba triste, que ya no reía, que una
lágrima...dos...habían resbalado fuera de sus ojos. Me contó que el humo celeste de colores de la chimenea que salía del Cuento de Saramago, se había vuelto negro y viscoso. Me contó que la estrella estaba cayendo a la Tierra, pero que había alcanzado a cogerla con las manos y que volvió a elevarse como una cometa.Me contó que la lluvia se volvi

ó casi amarga y diferente, amarilla, azul, violeta.Me contó que estaba triste porque el pajarillo había caído de la rama y porque la nieve ya derretía en la Cordillera. Que los sauces lloraban con ella y los copihues, las enredadas selvas Valdivianas...talvez dormían.Me contó que ya no tejía sueños en redes de hilos o de algodón. Que le daba lo mismo caminar por el desierto, que las flores ya se habían marchitado en el camino, que el sol alumbraba de otra manera.Entonces, me contó que el río Calle-Calle ( donde se baña la luna) estaba seco, que un hilo de agua como un cabello seguía por la cuenca empedrada.Pero la Vía Láctea igual estaba arriba desde siempre en la bóveda celeste de los cielos. Que los Continentes seguían en las mismas latitudes, los pájaros volaban por los mismos paralelos. Que el mar rugía igual embravecido, las olas subían y bajaban con el mismo vaivén.Nada a su alrededor había cambiado, solo se transformaba en mariposa una vez que ya dejó el capullo. Al fin podía volar libre a cualquier parte o a ninguna.
Me siguió hablando de que un pez de cristal la miro a los ojos y ella lloraba, que volaba talvez como las golondrinas, que volaba, volaba porque ya no tenía pies ni manos, ni trenzas, ni rodillas. Que era una esfera de ilusión naufragando en el aire, a merced del viento y de la brisa. Que era una Princesa extraída de un Cuento de hojas de Otoño o de Primavera, que ya no sabía si la Rosa de los Vientos estaba sujeta a su brújula; o si como sirena de madera en mascarón de proa viajaba desnuda por las cicatrices del Océano.
Me enseñó que era madre del árbol sagrado, de la tierra fecunda, de las aguas mansas de las vertientes frescas. Doncella, Hada, de huertos silvestres. Me dijo que había escrito un nombre en la arena, bajo Venus, la estrella brillante, el lucero de la mañana. Que el mar lo borró en el tímido y último rayo verde de luz que dejaba escapar el crepúsculo, cuando el sol se escondía en el agua con su cabellera teñida de rojo. Que iría borrando el nombre escrito, sólo como una parte visible del ciclo de su ultima historia, pero que quedaría grabado a fuego en su eterna memoria.
¿Por quién doblarían las campanas ahora?

lágrima...dos...habían resbalado fuera de sus ojos. Me contó que el humo celeste de colores de la chimenea que salía del Cuento de Saramago, se había vuelto negro y viscoso. Me contó que la estrella estaba cayendo a la Tierra, pero que había alcanzado a cogerla con las manos y que volvió a elevarse como una cometa.Me contó que la lluvia se volvi
ó casi amarga y diferente, amarilla, azul, violeta.Me contó que estaba triste porque el pajarillo había caído de la rama y porque la nieve ya derretía en la Cordillera. Que los sauces lloraban con ella y los copihues, las enredadas selvas Valdivianas...talvez dormían.Me contó que ya no tejía sueños en redes de hilos o de algodón. Que le daba lo mismo caminar por el desierto, que las flores ya se habían marchitado en el camino, que el sol alumbraba de otra manera.Entonces, me contó que el río Calle-Calle ( donde se baña la luna) estaba seco, que un hilo de agua como un cabello seguía por la cuenca empedrada.Pero la Vía Láctea igual estaba arriba desde siempre en la bóveda celeste de los cielos. Que los Continentes seguían en las mismas latitudes, los pájaros volaban por los mismos paralelos. Que el mar rugía igual embravecido, las olas subían y bajaban con el mismo vaivén.Nada a su alrededor había cambiado, solo se transformaba en mariposa una vez que ya dejó el capullo. Al fin podía volar libre a cualquier parte o a ninguna.
Me siguió hablando de que un pez de cristal la miro a los ojos y ella lloraba, que volaba talvez como las golondrinas, que volaba, volaba porque ya no tenía pies ni manos, ni trenzas, ni rodillas. Que era una esfera de ilusión naufragando en el aire, a merced del viento y de la brisa. Que era una Princesa extraída de un Cuento de hojas de Otoño o de Primavera, que ya no sabía si la Rosa de los Vientos estaba sujeta a su brújula; o si como sirena de madera en mascarón de proa viajaba desnuda por las cicatrices del Océano.
Me enseñó que era madre del árbol sagrado, de la tierra fecunda, de las aguas mansas de las vertientes frescas. Doncella, Hada, de huertos silvestres. Me dijo que había escrito un nombre en la arena, bajo Venus, la estrella brillante, el lucero de la mañana. Que el mar lo borró en el tímido y último rayo verde de luz que dejaba escapar el crepúsculo, cuando el sol se escondía en el agua con su cabellera teñida de rojo. Que iría borrando el nombre escrito, sólo como una parte visible del ciclo de su ultima historia, pero que quedaría grabado a fuego en su eterna memoria.
¿Por quién doblarían las campanas ahora?